CULTURA MASÓNICA: RECORDANDO EL SIGLO XX MASÓNICO ESPAÑOL (II) ——— Como es bien sabido por cuantos nos interesamos en el tema, la aportación más importante realizada hasta hoy para el estudio de la historia de la Masonería española del siglo XX se debe al profano (jesuíta) D. José Antonio Ferrer Benimeli (“Masonería española, vol. 1 y 2”, entre otros muchos trabajos de este autor). Y lo hace organizando y dirigiendo una prodigiosa investigación documental. Por supuesto, Ferrer no trata de analizar la “masonería” como institución iniciática ni entra a fondo en su contenido filosófico, pero sí expone muy abundantes datos fiables sobre lo que podríamos considerar su “exoesqueleto”. Lo esencialmente masónico no son sus posibles estructuraciones corporativas, sino el método que se propone como vía iniciática (existen más de un centenar de Obediencias masónicas en el mundo).
LOS PERSONAJES
El 1 de marzo de 1939 el Grande Oriente Español y la Gran Logia Española comunicaron conjuntamente “a todos los talleres y masones regulares esparcidos por la superficie terrestre” que, en aquella fecha, “la francmasonería española se veía obligada a abandonar su país”. Ambas corporaciones masónicas, así como el Supremo Consejo Federal del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, iniciaron su exilio en Francia y pasaron a asentarse en Méjico en 1943, durante la ocupación nazi.
Bajo auspicios y jurisdicción del Grande Oriente trabajaron no pocas logias integradas por masones españoles exiliados en diversos países (Francia, Marruecos e Hispanoamérica) hasta el problemático retorno a España, gestionado por Jaime Fernández-Gil de Terradillos (Gran Maestre interino) a partir de 1977. Las declaraciones de D. Jaime a la prensa española en noviembre de 1977, reconociendo la restauración de la monarquía sin someter el tema a un referendum nacional, causaron su destitución por la Asamblea del Grande Oriente Español al que oficialmente representaba…
A partir de entonces, con la colaboración de Antonio García Borrajo, vicepresidente de la Federación Internacional de los Derechos del Hombre, con residencia repartida entre Estrasburgo y Madrid, y la de Antonio de Villar Massó, a su vez vicepresidente de la Liga Española de Derechos del Hombre y militar retirado, residente en Madrid, se produjo la histórica escisión de la masonería tradicional española con la inscripción del “nuevo” Grande Oriente Español en el Registro de Asociaciones, tras la obtención de la legalización de la entidad en 1979 y previa sentencia favorable del Tribunal Supremo.
(Recordemos que la iniciación masónica, en la que se penetra y avanza únicamente a través de logias constituídas con arreglo a la tradición de la Orden, no es un tema “registrable”. Históricamente fué una de tantas apropiaciones indebidas.)
Tras la expulsión de Gil de Terradillos, Villar Massó y García Borrajo “por deslealtad y perjurio”, el Grande Oriente histórico en el exilio nombró al profesor Francisco Espinar Lafuente como nuevo Gran Maestre, pero al haber sido ya registrado el nombre hubo de registrarse, paradójicamente, como “Grande Oriente Español Unido”.
En tan lamentable encrucijada, como en tantas otras lo largo de la Historia humana, los “personajes” actuantes representaron ante todo intereses propios, ya fueran legítimos o no tanto. En aquel momento, el debate de fondo se centraba para ellos en la “recuperación” del patrimonio masónico español incautado por la dictadura.
En 1988, los pocos miembros perseverantes del G.O.E. expulsaron a su entonces Gran Maestro Villar Massó por el continuo deterioro de la Obediencia y la escasez de reconocimientos internacionales. Los firmantes de aquella medida (muchos de ellos “durmientes”, retirados de la vida activa) nombraron como nuevo Gran Maestre a Francisco José Alonso Rodríguez…
Por haber ingresado yo en la Orden en 1990, pudiendo dar testimonio directo de lo que estaba ocurriendo en mi entorno masónico, prefiero hacer aquí un alto.
(Continuará)
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